viernes, 12 de diciembre de 2008

Mi confrontación con la docencia.



Como lo mencioné anteriormente, estoy orgullosa de ser docente, de guiar la adquisición de conocimientos y de valores civiles, porque el área que imparto es la social. No pierdo oportunidad en enviar a mis estudiantes a realizar prácticas comunitarias, soy una convencida de que la enseñanza vivencial tiene buenos resultados. Sin embargo quisiera comentar algo; mi perfil es de ciencias políticas y la mayoría de mis compañeros de generación se ocupan puestos públicos y/o políticos, ellos consideran que no me ha ido bien. Me lo han expresado de forma directa y he contestado que soy feliz con mi labor, que me gusta y que es algo va a deja mas huella en la sociedad que ninguna otra carrera.
El ejercicio de la docencia me ha proporcionado grandes satisfacciones, pero me en esta ocasión me explayaré en la parte no grata. Los últimos 5 años me he enfrentado con cambios enormes en las conductas de los adolescentes. Cambios que se contraponen con mi educación familiar y escolar, confieso que llega un momento que me siento incapaz de mantenerme ecuánime ante situaciones de fricción con alumnos que solicitan una buena nota sin merecerla.

Me resisto (pero lo he tenido que hacer) a reducir mi léxico, bastante labor de mis padres y maestros existe en mi como para desperdiciarlo. Lo descrito anteriormente es mi mayor frustración. Tenemos programas aceptables, aulas en regular estado, muchas oportunidades para que el alumno sobresalga. Pero los alumnos están cada día más faltos de ambiciones o muy costos de aspiraciones. Tiene mucho que ver que la población de la frontera es tendiente a la migración, pero no es una variable que determine totalmente el tipo de estudiante. Trabajé seis años en un CBtis de la ciudad de México, los alumnos son más demandantes. Conservo amistades del Cbtis de otros estados y tienen quejas similares a las mías, los estudiantes están cada vez menos interesados en aprender.

No soy un ser humano que se quede rumiando sus quejar por largo rato, así que busqué una solución. Tenía que ser algo que no afectara la relación maestro – alumno pero que a la vez contrarrestara la frustración del desinterés de los estudiantes por elevar su nivel intelectual.
En clase ordinaria pues tuve que ceder y hablarles de tal modo que ellos entiendan, eliminar algunos aspectos a calificar en los trabajos y en las exposiciones por equipo. Eliminé los trabajos con formato de investigación. Pero cada año formo un grupo de chicos que asesoro en la realización de prototipos didácticos o creo clubes, no siempre destacan a nivel nacional, pero en el transcurso de sus asesorías les doy metodología de la investigación, los enseño a seguir instrucciones al pie de la letra, descubro en algunos su ansiedad por conocer más y eso neutraliza mi frustración. Todo es voluntario, ellos asisten con el único afán de aprender nuevas cosas. He seguido su destino y todos son excelentes el nivel medio superior. Al decir todos parecería que son más de 10, pues no son 8.
En cinco años ocho son pocos, pero algunos se me quedaron en el camino y otros ya no se comunican. Pero tengo dos que ya fueron estadías o concursos al extranjero, otro que es líder de su carrera, otros con notas sobresalientes y becados. Dirán que es muy fácil dedicarse a aquellos que voluntariamente acceden estar en un club de estudio, que no siempre son los de mejores notas, pero es una hermosa experiencia.

Mi punto de vista se basa en la vivencia, he visto muchos chicos desperdiciados o sometidos a presiones de grupo por sus buenas costumbres y sus buenas calificaciones y es una verdadera pena que pasen desapercibidos o que ellos ahoguen sus ganas de sobresalir y de ser diferentes, solo porque el resto no quiere.
Es un reto enorme redireccionar a aquellos que no tienen dentro de sus expectativas cambiar de situación socioeconómica a través de la preparación. Pero no es por el miedo al reto por lo que dedico más tiempo a los voluntarios con aspiraciones. Es porque creo firmemente que si dejamos que esos que “quieren” salir del pozo, no salgan de él, ¿Quién va a sostener a los demás? ¿Quién va a fortalecer esa generación?
Nota: Esto fué redactado casi al inicio de la especialización y mas parece un manual de quejas, les aseguro que ya veo las circunstancias de mis estudiantes desde otro punto de vista.

Mi aventura de ser docente

El maestro Esteve tiene razón en el sentido de que lo verdaderamente importante son ellos; los alumnos. El docente termina siendo padre, madre, psicóloga, orientadora vocacional, enfermera y tía de sus estudiantes.

En mi caso particular, nunca sentí realmente que se confrontaran la docencia y mi profesión. Mis padres y varios tíos son maestros, crecí entre libros, exámenes, fiestas patrias, honores, de hecho se puede decir que ejercí la docencia antes que me graduara en la universidad.

Mi malestar no es con mi ejercicio docente, es con el sistema. Pero es prueba superada, creo yo. Hace trece años “por necesidades de la escuela” tuve que impartir la materia de Manejo de Sistemas Operativos, materia de la carrera de Informática. Lo anterior porque me veían en la computadora, “eso significaba que sabía”, yo acababa de llegar al plantel, venía de un cambio de adscripción, tenía por política que acatar las disposiciones. Tuve pánico escénico, pero a los dos años, lo superé. Me mantuve dando esa materia durante ocho años.

Eso fue un atentado contra los estudiantes, porque no puedes rendir igual, ellos perciben tu inseguridad. Sin embargo me ayudó a emplear más estrategias didácticas y a emplear tiempo para socializar. A todo hecho tenemos que verle el lado bueno.

Estoy en un lugar privilegiado, trabajo en lo que me apasiona y además percibo un salario. Es verdaderamente gratificante trabajar con adolescentes, te tienes que mantener al día en la música, en los deportes, en la moda y en todo lo que a esa edad interesa. Evita que te oxides. Permite que sonrías continuamente.

Yo en lo personal disfruto inmensamente mi trabajo en el CBTis. De estudiante fui una chica inquieta de pensamiento y muy tranquila en conducta. El maestro necesitaba cautivarme con su cátedra, interesarme, sino mi pensamiento volaba a otro sitio. En función a eso, estoy en constante búsqueda de innovaciones para mis chicos.

Lo que podemos hacer los docentes con los estudiantes es infinitamente positivo. Pero jamás podremos sustituir las carencias familiares de hábitos y de amor. No podemos hacernos cargo de lo indelegable; la formación de los hijos. A la par que la imagen del docente se deterioró se fue dando una fractura en la familia y los únicos que están pagando las tristes consecuencias, son los niños y jóvenes de México.



Enid Cantú